Resumen
Una vez más (y prometo que será la última) venimos a referirnos a la delicada tarea que debe afrontar el Seguro, la cual va más allá de la mera gestión de pólizas, hasta el punto de tener que crear un sector potente, respetado, valorado y sólido en nuestro país. Si sorteamos simplemente la crisis, sin utilizar la ocasión para rectificar ciertas tendencias y corregir algunas desviaciones, habremos desaprovechado una oportunidad única para renovar nuestros sistemas y fundar los pilares que permitan el arraigo de nuestra actividad, cada vez más expandida pero, a la vez, cada día más endeble y presionada. Por encima del resultado puramente coyuntural, por encima de los beneficios de un año, está la respetabilidad de nuestros procedimientos, la confianza que consigamos inspirar en nuestros clientes, la efectividad de nuestros servicios. Creo que no hace falta recordar que el Seguro aspira a corregir las desviaciones de una economía cuya agresividad e impiedad se radicalizan con el transcurso del tiempo, las cuales han llegado a cotas hasta hace bien poco insospechadas. No tiene pues sentido que se someta a las mismas prácticas que pretende combatir. El Seguro es además un instrumento para proteger los patrimonios e inversiones sobre los que se asientan las actividades más productivas y necesarias para la sociedad. Precisa de una base firme y fuerte. Fundamentar las prestaciones aseguradoras en la mera suerte, en el puro cálculo estadístico, sin un afianzado respaldo técnico, sin unas prácticas estables y arraigadas, supone una corrupción imparable y degenerativa que nos puede conducir a la autodestrucción, a la propia descalificación del sistema. Es en los momentos de crisis cuando se aplican los mayores esfuerzos, cuando se alcanzan los mejores inventos. Puesto que estamos en época de reconsideración, en época de revisión y cambio, proponemos que se llegue más allá y se depuren determinadas tácticas intolerables, que algunos, con pocos escrúpulos, hacen que proliferen en estos tiempos revueltos en su exclusivo y egoísta beneficio. El provecho no es personal e inmediato, como últimamente gusta a las empresas, pero no por ello las ventajas resultan menos necesarias y, en definitiva, reparadoras para todos.
