El autor se centra en el reconocimiento que ha hecho el FMI sobre la mala gestión que ha podido realizar de la crisis griega y que ha tenido un notable impacto sobre la opinión pública. Considera que este acto de sinceridad, de reconocimiento de errores, aunque elogiable, forma más bien parte de la forma común de actuar del fondo. Así, recordando otras crisis en las que el FMI tuvo también que reconocer errores en sus cálculos (crisis asiática de 1991, crisis latinoamericana de los 80), entiende que las distintas autoridades internacionales deben mostrar la flexibilidad suficiente para ir adaptando sus recetas a la evolución real de la economía. De ser así, igualmente flexibles deberán mostrarse las instituciones de inversión para ir rotando progresivamente sus carteras hacia productos de mayor riesgo.